La primera década del siglo XXI ha sido nefasta para el 51%
de la población mundial. Más de la mitad de las personas que habitan el planeta
son mujeres y no tienen los mismos derechos reales que el resto, los hombres.
El próximo domingo, 8 de marzo, en España tenemos que pensar
en lo que queda por hacer de cara a conquistar esa deseada y nunca obtenida
igualdad entre hombres y mujeres. Frente a la falsa sensación de que todo se ha
logrado ya, los estudios sobre economía indican que las mujeres que realizan el
mismo trabajo que los hombres ganan un 23% menos, que sus contratos son más
precarios, que sus categorías profesionales son inferiores a pesar de tener más
estudios universitarios y que sus decisiones sobre ser madres las excluyen del
ámbito laboral.
Los informes recientes sobre violencia de género muestran
cómo la gente joven es machista y permite prácticas machistas en sus
relaciones, indicando que la educación
en nuestro país no es adecuada en materia de igualdad.
La pobreza creciente es más
femenina que masculina. Los desahucios afectan a más mujeres que a
hombres. Las cargas familiares no se reparten a ninguna edad ni con los menores
ni con la tercera edad. Los cuidados siguen siendo cosa de mujeres dentro y
fuera del hogar propio.
Los recortes en sanidad afectan más a las mujeres que a los
hombres, tanto a las trabajadoras como a las usuarias.
El derecho a decidir sobre su cuerpo, a decidir sobre su
maternidad está constantemente cuestionado por sectores patriarcales como la
religión y la tradición conservadora que hacen leyes contrarios a la autonomía
de las mujeres, castigando su libertad decisoria.
Los medios de comunicación, con la publicidad entre medias,
muestran estereotipos sexistas permanentemente y provocan expectativas
igualmente sexistas y marginadoras en las que la mujer es tan sólo un objeto.
Parece mentira que en
pleno siglo XXI el 8 de marzo siga siendo reivindicativo y no festivo.
En las guerras se abusa de las mujeres para atacar destruir
al enemigo, para divertimento de las tropas, para humillar a las poblaciones
menos poderosas y para dominar y controlar territorios, poderes y prestigios
geopolíticos.
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